21 noviembre 2016 / por Orliana
Rafael Echeverría, Ph.D.
Newfield Consulting
Instituto de Ontología del Lenguaje
FICOP
Noviembre, 2016
Proponemos un discurso que hemos bautizado con el nombre de “ontología del lenguaje”. Hemos participado en el desarrollo de una disciplina que llamamos el “coaching ontológico”. Hoy son muchos los que practican esta nueva disciplina y muchos más los que buscan ayuda en ella. Sin embargo, muchos de estos practicantes y solicitantes no saben lo que significa “ontología”.
En nuestras dos columnas anteriores, el término ontología ha aparecido en diversas oportunidades y no siempre con la misma connotación. Los distintos sentidos que le hemos asignado al mismo término pudieran hacer pensar que nos contradecimos. Hemos hablado de ontología apuntando a nuestra concepción, sea ésta explícita o implícita, sobre el carácter de la realidad. Hemos utilizado el mismo término “ontología” para referirnos a la forma particular de ser de todo individuo. Hemos hablado de “desplazamientos ontológicos” apuntando a los cambios significativos en nuestra forma de ser. ¿Nos contradecimos?
Comencemos por dilucidar este término extraído de la terminología filosófica y que, quizás, a algunos pudiera asustar. Por desgracia, la filosofía logra a menudo inhibir a mucha gente. Pareciera abordar temas demasiado complejos, distantes de las inquietudes concretas y cotidianas de la mayoría de las personas. Uno de los objetivos que siempre me he propuesto ha sido procurar disolver estas inhibiciones, acortar estas distancias y, en lo posible, mostrar que la filosofía suele abordar temáticas que nos incumben a todos y sobre las cuales es importante estar informados.
Para hacerlo, he intentado hablar de temas filosóficos procurando hacerlo de una manera que sea accesible a todos y evitar términos demasiado herméticos y de difícil comprensión. Cuando ello nos parece que no es posible y me veo forzados a usar términos que quizás son extraños para algunos, pero procuro explicarlos de forma tal que todos podamos comprenderlos. En esos casos, sólo pido paciencia. Me comprometo a que lo que digo, se terminará entendiendo.
Comencemos, entonces, explicando lo que significa “ontología”. Puesto en palabras simples, ontología, en un primer acercamiento, es la concepción que tenemos sobre el carácter de la realidad. Todos disponemos de una determinada concepción sobre el carácter de la realidad. Por lo general, ella es implícita, no la tenemos consciente, y se manifiesta en determinados supuestos a partir de los cuales operamos en la vida. Normalmente, no nos damos cuenta del hecho de que disponemos de una tal concepción. Menos todavía reconocemos que tales supuestos provienen del sentido común que prevalece en nuestra comunidad y en nuestra época y que éste, por lo general remite a desarrollos filosóficos muy lejanos, de los que poco sabemos. Al preguntarnos por la ontología lo que buscamos es hacer explícita esta concepción subyacente.
Un primer hecho importante a resaltar es que, de acuerdo a nuestra concepción sobre el carácter de la realidad – o lo que ahora podemos llamar ontología –, vamos a actuar de una u otra manera y que ella jugará un papel fundamental sobre nuestra existencia. El carácter de nuestras relaciones, la naturaleza de nuestros anhelos, la manera como encaramos el futuro y como miramos la vida, se verán condicionados por la concepción que tenemos sobre la realidad. Estamos hablando, por lo tanto, de un tema que nos afecta a todos.
Solemos sostener que la ontología – nuestra concepción sobre el carácter de la realidad – es el paradigma detrás de todos los demás paradigmas. Todo cuanto pensamos, todo cuanto hacemos, independientemente del área hacia donde orientemos nuestro pensamiento o nuestras acciones, está afectado por esta concepción. De allí que en algún momento llamara a la ontología nuestro “paradigma de base”. A ella remiten el conjunto de nuestras demás concepciones.
Las interpretaciones que desarrollamos sobre la realidad tienen un rasgo que es importante destacar. Apuntamos su extensa duración en el tiempo. Si bien los paradigmas específicos, de aplicaciones más restringidas, suelen cambiar con cierta velocidad, y nos es posible reconocer sin problema sus modificaciones, por lo general estos mismos cambios tienen lugar dentro de un trasfondo ontológico relativamente estable. Las transformaciones a nivel ontológico se producen en ciclos históricos muy largos. Ello contribuye a que la dimensión ontológica devenga, por lo general, invisible. No nos damos cuenta cómo nuestras observaciones particulares sobre la realidad dependen de la ontología subyacente que poseemos. Esto nos genera la impresión de que somos capaces de observar la realidad tal cual ella es, sin percatarnos del sustrato ontológico a partir del cual le conferimos sentido a tales observaciones. Reconocer, por lo tanto, que tal sustrato existe es, desde ya, un importante primer paso.
Es importante hacer algunas aclaraciones preliminares sobre el término ontología. La primera de ellas, requiere separar el término de su significado. El término como tal surge por primera vez en los inicios del siglo XVII, habiendo sido acuñado, aparentemente de manera independiente, por dos filósofos: el primero, Rudolf Göckel, en su Lexicum philosophicum (1606), y, poco después, Jacob Lorhard, en su Theatrum philosophicum (1613). Desde entonces se definió ontología una rama de la filosofía preocupada por dar cuenta de “lo que es” (“ontos”, en griego, significa ser). Ontología es, por lo tanto, el estudio del ser, de lo que “es” y remite, por lo tanto, a lo que hemos llamado “el carácter de la realidad”.
Aunque el término remite al siglo XVII, se reconocía, sin embargo, que la preocupación por dar cuenta de “el carácter de la realidad” es mucho más antigua. Aunque el término ontología no hubiese sido acuñado, ésta ha sido una preocupación que está presente desde los inicios del pensamiento filosófico. Es más, podríamos sostener que se trata de la pregunta fundamental de la filosofía.
Cuando alrededor del año 700 a.C., Tales de Mileto levanta la pregunta por el “arjé”, por el principio básico que anima todos los fenómenos naturales, ya está presente, aunque restringida tan solo a la naturaleza, la inquietud propiamente ontológica. La contribución principal de Tales no fue su respuesta a esa pregunta, sino el haber planteado esta pregunta. Ella va a ser retomada por múltiples otros filósofos posteriores a él y será contestada de muy distintas maneras. No es del caso extendernos en ello.
Sócrates modifica esta pregunta y orienta su reflexión hacia un territorio diferente. Su inquietud es la de poder determinar cómo los seres humanos debemos vivir la vida. Lo el que le interesa es lo que podríamos llamar “el arte del buen vivir”. Al responder a esta nueva inquietud, Sócrates apunta a ciertas ideas abstractas y universales que subyacen detrás de todos los valores que orientan nuestras vidas y que dan cuenta del “ser” que los anima. Para ello se apoyaba en la propuesta realizada previamente por Parménides, que, en su búsqueda por aquel “arjé” del que nos había hablado Tales, había introducido esta noción del “Ser”, concebido como un referente inmutable, trascendente, único y homogéneo.
Serán primero Platón, discípulo de Sócrates, y luego Aristóteles, discípulo de Platón, los que vuelven a preocuparse por la pregunta por el carácter de la realidad. Al hacerlo, critican a los filósofos presocráticos por se preguntaban por el “arjé”, el principio que anima a todos los fenómenos de la naturaleza. Según Platón y Aristóteles, no hay que restringir la pregunta sólo a los fenómenos naturales, sino que es preciso ampliarla a todo lo que existe, o, dicho de otra forma, a todo lo que es. Se trata entonces de levantar la pregunta por el “Ser”.
Esto no es trivial. Tanto para Platón como para Aristóteles la pregunta por el fundamento de todo lo que existe (la realidad), incluyendo a los fenómenos naturales, obliga a trascender el mundo natural y situarse en una esfera que se encuentra más allá de la naturaleza (Aristóteles la llama “metafísica”, vocablo formado por el término “meta” que en griego significa “más allá” y “physis” que significa “naturaleza”). En la esfera de la metafísica habita el “Ser” que le confiere sentido y fundamento a todo lo existente. Todo lo que existe remite al “ser” que lo constituye.
Con ello se inaugura la metafísica, rama principal de la filosofía, a través de la cual se busca ahora responder la pregunta por el carácter de la realidad. La metafísica, nos dirá Aristóteles, representa la respuesta que damos a la pregunta del “ser en cuanto ser”, fundamento de todo lo existente y, por lo tanto, de la realidad. La pregunta por el carácter de la realidad – lo que hemos llamado “ontología” – se confunde con la metafísica. En otras palabras, para los clásicos, la metafísica es la respuesta sobre el carácter de la realidad.
Platón y Aristóteles no sólo fundan lo que llamamos el “programa metafísico” sino que sustraen la discusión filosófica de la calle, de la plaza, de los lugares en los que se congregaban los seres comunes, que había sido el lugar en el que ésta se había desarrollado hasta entonces, a la enclaustran bajo cuatro paredes dejándola sólo al alcance de personas especialmente seleccionadas. Platón crea la Academia, en cuya puerta se leía que sólo podrían entrar en ese recinto quienes supieran geometría. Aristóteles funda el Liceo, lugar en el que imparte sus enseñanzas filosóficas.
Con el tiempo, la metafísica griega se fusionará con la doctrina cristiana. En el siglo IV, San Agustín desarrolla una teología inspirada en Platón y, más adelante, en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino, llamado el Doctor Angélico por la Iglesia, el principal teólogo del pensamiento cristiano, desarrollará una teología inspirada en Aristóteles. Con ello, el pensamiento metafísico deviene hegemónico en el mundo occidental y se convierte en el fundamento de nuestra concepción sobre el carácter de la realidad, convirtiéndose así en nuestro sustrato ontológico.
Con el nacimiento de la Modernidad, en el siglo XVI, la filosofía inicia un progresivo distanciamiento y una crítica creciente con el programa metafísico. No nos detendremos en este desarrollo. Baste, sin embargo, señalar que ese proceso culmina con la filosofía de Friedrich Nietzsche, quién rompe definitivamente con la metafísica y plantea la necesidad de adoptar un camino de reflexión radicalmente distinto. Para Nietzsche, el pensamiento metafísico nos impide hacernos cargo de los desafíos que nos plantean los nuevos tiempos. Ello obliga a replantearnos los problemas de la existencia humana desde otras premisas y volver a preguntarnos por el carácter de la realidad. La respuesta que la metafísica diera a esa pregunta ha dejado de servirnos.
Pero hay algo más. Para el pensamiento moderno el acercamiento metafísico de los clásicos peca de ingenuidad. Ellos pensaron que podían dar cuenta de la realidad pensando directamente sobre ella, sin intermediaciones. La Modernidad corrige el acercamiento a la pregunta ontológica que caracterizara al pensamiento antiguo. Ella postula que el ser humano debe mediar en nuestra aproximación a la pregunta por el carácter de la realidad. De acuerdo a cómo nos concebimos a nosotros mismos, los seres humanos responderemos de manera distinta a la pregunta por el carácter de la realidad. La realidad sobre los que los seres humanos pueden preguntarse es aquella que a ellos se les presenta como tal y, por lo tanto, está subordinada a cómo somos. La pregunta por el carácter de la realidad, por lo tanto, requiere ser encarada respondiendo primero a la pregunta sobre cómo somos los seres humanos.
El filósofo ontológico por excelencia de la Modernidad es Martin Heidegger. Su pregunta fundamental es precisamente la pregunta por cómo somos los seres humanos, genéricamente, más allá de nuestras diferencias individuales. La pregunta por el ser humano deviene entonces, para la filosofía moderna contemporánea, la pregunta ontológica fundamental. De allí que la respuesta a lo ontológico para Heidegger será muy diferente a la respuesta que Aristóteles diera al definir la metafísica. Para Heidegger, ontología es la respuesta que damos “a la pregunta por el ser que se pregunta por el ser”. Y aquel “ser que se pregunta por el ser” no es otro que el ser humano o, lo que Heidegger denomina el Dasein.
Es importante distinguir esta importante mutación que la Modernidad introduce frente a lo ontológico, como respuesta a la pregunta por el carácter de la realidad. Si vamos a la definición de lo ontológico que ofrece un diccionario, es muy posible que nos encontremos con la definición ofrecida por Aristóteles. Ella nos es respuesta que hoy en día ofrece la Modernidad. Por lo tanto, esa definición sólo puede confundirnos.
Volvamos, entonces, a hacernos la pregunta inicial: ¿qué es entonces ontología? Desde la Modernidad se trata de una pregunta orientada en una doble dirección. Por un lado, es la pregunta por el carácter de lo humano, por aquella modalidad de existencia que nos diferencia de muchas otras. Pero, por otro lado, una vez respondida esa primera pregunta, lo ontológico permite responder a la pregunta por el carácter de la realidad tal como ésta se le presenta a los seres humanos, dados como ellos son, a partir de la respuesta que hemos dado a la pregunta inicial sobre el carácter de lo humano.
Es importante reiterar el valor que resulta de esto. La mirada ontológica moderna disuelve la ingenuidad de los antiguos clásicos que daban por sentado que nuestra mirada de la realidad la observaba tal cual ella era. Nuestra mirada de la realidad deviene ahora sospechosa, sujeta a duda, a revisión. La realidad para los seres humanos está siempre contaminada por la mirada que ellos despliegan sobre ella. Nuestra mirada no es virgen. Ella impregna de lo humano todo aquello en lo que se posa.
No accedemos a la realidad, sino tan sólo a nuestra mirada de la realidad. Reconocerlo y preguntarnos por el sello que le imprimimos a la realidad representa un gran aporte al conocimiento humano. No podemos dejar de escuchar la voz lejana de Protágoras, aquel gran sofista, que proclamaba “el hombre es la medida de todas las cosas”.
El sentido de lo ontológico posee entonces una doble dimensión. En un primer sentido, lo ontológico remite a nuestra concepción de fenómeno humano. Pero en un segundo sentido, lo ontológico mantiene también su sentido originario de revelar el carácter que la realidad asume para los seres humanos. Si bien se descarta que podamos dar cuenta del carácter de la realidad en sí misma, sí nos proporciona una comprensión de la realidad que los seres humanos configuramos, dado como somos.
A partir de lo anterior, es posible ir incluso más lejos y desarrollar lo que llamamos ontologías “regionales”. Ello implica el desarrollar miradas ontológicas sobre ámbitos o dominios particulares de la realidad. De esta forma, podemos hablar de una mirada ontológica del quehacer educativo, o del quehacer empresarial, o del quehacer espiritual, etc. Cualquier dominio de la realidad humana permite, en consecuencia, su reconstrucción ontológica.
Hoy en día, la hegemonía que en el pasado alcanzara el programa metafísico en el dominio filosófico, ha desaparecido. Aunque la metafísica se enseña y hay algunos filósofos suscriben las premisas metafísicas, no existe prácticamente ningún filósofo destacado, de influencia reconocida, que podamos calificar como metafísico, en el sentido que le estamos dando a este término. Distintas contribuciones de la filosofía moderna, entre las que cabe mencionar a Kant, Feuerbach, Nietzsche, Heidegger, Russell y Wittgenstein, muestran que, en la actual reflexión filosófica contemporánea, la metafísica tradicional ha perdido su vigencia.
Sin embargo, no podemos decir lo mismo al nivel del sentido común de los seres humanos contemporáneos. Desde que la reflexión filosófica fuera enclaustrada por los filósofos metafísicos clásicos, ésta se convirtió en una actividad académica, ajena al resto de los ciudadanos. Ello se traduce en el hecho de que, a pesar de que metafísica haya perdido su hegemonía en el dominio de la reflexión filosófica, no ha sucedido lo mismo al nivel del sentido común de los que no son filósofos. Nuestro sentido común sigue atrapado en los supuestos de la metafísica. Ello tiene importantes implicancias. Una de ellas, guarda relación con el hecho de que nos impide hacernos cargo adecuadamente de muchos de los desafíos que nos imponen las actuales condiciones de existencia.
Uno de los objetivos, entre otros, del coaching ontológico es el de identificar y disolver los resabios metafísicos que nos apresan y nos impiden una vida más plena y satisfactoria. De la misma manera, uno de los objetivos que se plantea la ontología del lenguaje es el de devolver la reflexión filosófica a la calle y hacerla accesible al mayor número posible de seres humanos y, por lo tanto, democratizarla.
Recapitulemos. Todo lo anterior, permite, como lo advertíamos al inicio, conferirle a término ontología connotaciones diferentes. Por un lado, ontología representa nuestra concepción sobre el carácter de la realidad. Esta primera connotación permite dos derivadas. La primera, nos conduce a reconocer al menos dos importantes maneras de concebir la realidad en la historia del mundo occidental: la ontología metafísica y una ontología que podríamos llamar existencial o hermenéutica, dentro de la cual situamos la ontología del lenguaje. La segunda derivada permite tomar el conjunto de la realidad y dividirla en distintos dominios o segmentos particulares, conformando estas “ontologías regionales”.
Pero, por otro lado, tal como lo reconoce la Modernidad, toda concepción de la realidad obliga a preguntarse por el ser humano que la configura y que lo hace necesariamente a partir de su particular forma de ser. Ello le confiere al término ontología una segunda connotación. Desde esta perspectiva, el término ontología remite tanto a la respuesta que damos a la pregunta por la forma particular de ser que caracteriza a todos los seres humanos, genéricamente, diferenciándolos de otros seres vivos, como, a su vez, a las modalidades específicas de ser que, dentro de esa modalidad genérica, asumen los distintos individuos. Todos los seres humanos participan en la modalidad de ser que caracteriza a la especie humana. Sin embargo, todo ser humano posee también, al interior de esa modalidad genérica, formas específicas de ser que lo definen como individuo.
El término ontología nos permite referirnos a todas estas variantes. En todas ellas están involucradas distintas modalidades de manifestación del ser.