19 diciembre 2018 / por Orliana
De la revolución tecnológica a la era del desarrollo personal: ¿cómo entrenar a líderes y equipos para lo que se viene? La visión de Rafael Echeverría, cofundador del Coaching Ontológico.
Se plantea cada vez más firmemente –y parece que las predicciones se quedan cortas– que, en 15 años, más del 70% de los oficios van a estar completamente obsoletos. Es una ola de obsolescencia que llega a las empresas, a los procesos y productos, a las capacidades y competencias. Y que, también y sobre todo, impacta en las personas.
Es que, detrás de esta ola de obsolescencia que los cambios están imponiendo, hay una que es central: se trata de una obsolescencia ontológica. Para decirlo lisa y llanamente, la forma de ser que hoy somos dejó de servir. Estamos poniendo la atención afuera, como si estuviésemos con una linterna iluminando esta realidad que es cada vez más difícil de captar, predecir o entender, y llegó el momento de dar vuelta esa linterna, iluminarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de que el problema está ahí.
“No nos hemos mirado por qué nos está costando tanto dar cuenta de lo que está pasando”. Así lo plantea Rafael Echeverría, uno de los padres del Coaching Ontológico, que se convirtió en una herramienta fundamental para el desarrollo personal y profesional que aborda al ser humano como único, cambiante y con la posibilidad de desarrollar un potencial que, a veces, ni él mismo sabe que posee. Sociólogo y filósofo de origen chileno, Rafael fue también uno de la “ontología del lenguaje”, que plantea que el lenguaje es acción y que, mediante él, nos transformamos.
“El cambio dejó de ser lineal, acumulativo, para devenir en exponencial, sistémico y cualitativo. Se necesita que los altos ejecutivos comprendan que, para avanzar en la transformación de sus organizaciones y en las formas habituales de hacer negocios, deben liderar primero el cambio de sí mismos”, concluye Echeverría, invitado a Buenos Aires para participar del encuentro internacional para CEO y altos ejecutivos “Liderando la transformación desde uno mismo”, organizado por Newfield Consulting.
En tu libro La ética y el coaching ontológico, relacionás al coach con la figura del partero. ¿Por qué?
Esa es una noción que está en la filosofía. Desde Sócrates, quien descubre que hay un potencial del cual no tenemos conciencia, pero que ahí está. Y que no viene desde afuera, sino que está en la capacidad de mirarse a uno mismo, de hacerse preguntas, de indagarse… y es ahí cuando uno descubre posibilidades de una forma de vida y de existencia totalmente distinta. Eso es lo que hace el coach ontológico. Es una conexión con el tipo de ser que somos para despertar dimensiones de nosotros mismos que, estando ahí, no las vemos ni las tenemos activadas.
¿Cómo podemos despertar esas dimensiones?
Si miramos las empresas, el potencial de transformación que ellas tienen es muchísimo mayor del que reconocen: son las que están conduciendo el cambio. Pero el problema está en el potencial que no está activado. Hay estudios en Estados Unidos que demuestran que, cuando se les pregunta a los trabajadores acerca del conocimiento en función del potencial de desempeño que tienen, es decir, cuánto creen que aportan en sus empresas, el promedio es del 20%. Esa persona, mirándose como se mira, se da cuenta de que puede producir cuatro o cinco veces más, pero no lo está haciendo. Pero cuidado, esto es con la mirada que tiene hoy de sí mismo. Si esa mirada la altera, va a descubrir que ese potencial es todavía mucho mayor de lo que hoy en día logra percibir. Hay un potencial inmenso que puede ser activado, y ahí entra el rol del coach.
No se necesita entonces una “inyección de potencial”, sino destrabar aquello que lo está frenando. ¿Qué frena nuestro potencial?
La traba principal para reconocer el potencial del que disponemos son las premisas y la forma de concebir la realidad que tenemos, y qué nos lleva a pensar que somos seres inmutables y homogéneos. Somos. Y, por eso, vamos a actuar así siempre. La gente que tiene éxito se inclina sustancialmente hacia concebir que somos seres cambiantes, múltiples, y que descubrimos facetas de nosotros mismos que no teníamos idea de que estaban. Actuamos y así devenimos.