2 marzo 2017 / por Orliana
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Byung-Chul Han, filósofo surcoreano residente en Alemania, nos viene sorprendiendo desde hace algunos años con una propuesta sobre el carácter de nuestra época, de la que hoy no podemos prescindir (1).
Han nos señala que, como consecuencia del desarrollo del capitalismo, hemos transitado de un tipo de sociedad que se sustentaba en relaciones de dominación basadas en mecanismos externos de sumisión, a una sociedad muy diferente, en la que la dominación ha devenido más sutil y en la que – como resultado del neoliberalismo – los mecanismos externos están siendo sustituidos por un tipo de sumisión que los individuos se autoimponen.
En su opinión, hemos pasado de una sociedad disciplinaria, regulada por el criterio del “deber” (“debes hacer x”), proveniente de una voz externa, a una sociedad del rendimiento, sustentada en el criterio del “poder” (“puedo hacer x”), que cada uno se dice a sí mismo. A partir de esta transformación, quién hoy nos explota no es necesariamente Otro. Nos hemos convertido, en el decir de Han, en víctimas y verdugos de nosotros mismos, en artífices de nuestra propia explotación.
Estas nuevas relaciones de dominación implican algunos desplazamientos en su matriz básica. El primero de ellos, desde un Otro externo – que asume la tarea de someternos – a uno mismo. El segundo, desde un sustrato de negatividad, entendida como imposición, como restricción, como limitación a nuestro comportamiento, a un sustrato de positividad, que elimina la noción de límite y asume la apariencia de libertad. En las nuevas relaciones de dominación lo que escuchamos no es una voz ajena que nos obliga, sino una voz interna que nos desafía, diciéndonos: “Puedes hacer cualquier cosa, basta que te lo propongas. Todo depende de ti. Los obstáculos están para ser superados. No te resignes con lo que hoy tienes, con lo que hoy haces. Aspira a más”.
Carentes de una noción de límite, un número creciente de individuos se dirigen irremediablemente hacia el agotamiento, el agobio, el burned out, la depresión, los estimulantes, las postas terapéuticas, etc. Ello genera una nueva ecología del alma. Somos víctimas de habernos creído todopoderosos. El antiguo mito griego de Sísifo reaparece. Pero esta vez no se trata de un individuo castigado por los dioses a subir una roca hasta la punta de una colina para, una vez allí, verla caer y tener que volver a subirla una y mil veces. Lo que Por Rafael Echeverría, Newfield Consulting ahora cargamos son nuestros propios sueños. El resultado, sin embargo, es el mismo. Quedamos atrapados en un espiral sin fin.
Esta mutación propia de esta nueva fase del capitalismo, se manifiesta, según Han, en dos áreas diferentes. En primer lugar, en la producción, creando mecanismos que incrementan permanente la productividad. En segundo lugar, en el consumo, a través del desarrollo de algoritmos que permiten predecir los deseos de los individuos, a partir de sus propios comportamientos (los “clicks” que realizan y los “me gusta” que efectúan) en las redes digitales. Hasta aquí con Byung-Chul Han.
Desde nuestra perspectiva, en este nuevo escenario ecológico del alma, se levantan dos grandes desafíos que los individuos debemos reconocer, pues requerimos mantenerlos en equilibrio. Vivimos en una época en la que, como consecuencias del desarrollo de las tecnologías de información y comunicación – las llamadas tecnologías del cambio – se ha perdido el marco de estabilidad en el que previamente vivíamos. El mundo está en un proceso transformaciones permanentes y cada vez más aceleradas.
Si queremos evitar un desacoplamiento con el mundo que hoy nos corresponde vivir – capaz de conducirnos a una vida carente de sentido – estamos obligados a transformarnos constantemente a nosotros mismos. Hemos heredado de nuestra tradición la idea de que disponemos de un ser inmutable, de una esencia inalterable. Tenemos arraigada esta noción en nuestro sentido común. Es importante reconocer que ella ha dejado de servirnos para hoy poder conducir nuestra existencia. Tenemos que aprender a vivir en la transformación. Éste es un primer desafío que estamos obligados a enfrentar.
Pero éste desafío debe ser contrarrestado con otro no menos importante. Los seres humanos no somos todopoderosos. Por el contrario, somos seres finitos. Estamos limitados en nuestra capacidad de transformación. No se trata, sin embargo, de una limitación “determinada”, que nos cierre de manera específica caminos particulares de desarrollo y cambio. Aunque acotados, nuestros caminos están abiertos a una infinidad de opciones. Ello nos obliga a circunscribir nuestras propias transformaciones a ideales delimitados sobre el tipo de ser que deseamos llegar a ser y subordinar nuestros cambios a tales metas. No es a la transformación a lo que debemos negarnos. Pero esta requiere someterse a proyectos particulares de vida que logren conferirle sentido a nuestra existencia.
(1) Ver, por ejemplo, Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (2012), Psicopolítica (2014), Topología de la violencia (2016).
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