3 diciembre 2014 / por Orliana
Por Marcela Paz Muñoz Illanes.
Entrevista Grupo Educar a Rafael Echeverría. Edición Diciembre de 2014
Es aquella mirada que observa el poder de transformación que se despliega en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Lo que el profesor lleva a cabo a través de su práctica es un proceso de transformación profunda de sus estudiantes: al finalizar sus clases los estudiantes logran ver lo que antes no veían, comprender lo que antes no entendían y realizar acciones que antes no podían, logran ser distintos de cómo eran antes. Los docentes participan de una de las prácticas más sorprendentes que podemos realizar los seres humanos: contribuir al despertar y desarrollo del inagotable potencial de transformación de otros seres humanos. Y ello lo realizan mediante el poder de sus conversaciones.
Tradicionalmente el término ontología apuntaba a nuestra concepción sobre el carácter de la realidad. Así lo concebían los filósofos clásicos. Desde la Modernidad se fue progresivamente comprendiendo que la forma como la realidad se presenta a los seres humanos guarda relación con cómo somos. Hoy ontología es la pregunta por el ser humano. Y nuestra respuesta destaca un elemento decisivo: la capacidad de lenguaje. Los seres humanos somos seres lingüísticos, conversacionales: cada individuo se construye a partir de las conversaciones en las que ha participado y participa; junto a otros factores determinantes como la biología y el entorno.
Los procesos de enseñanza-aprendizaje se llevan a cabo a través de conversaciones y son el resultado de la capacidad de acción y transformación que es inherente al lenguaje, capacidad demostrada por la filosofía del lenguaje. La mirada ontológica a la educación, volviendo entonces a la pregunta original, implica por lo tanto responder a la pregunta sobre los fenómenos de aprendizaje desde una particular concepción del ser humano, entendido éste como un ser de lenguaje que se constituye a sí mismo en prácticas conversacionales.
Cabe preguntarse ahora ¿qué aporta esta mirada? O dicho de otra forma, ¿qué se logra ver, desde la perspectiva de la ontología del lenguaje, que otras miradas tienden a no ver? Entre las respuestas posibles destaco la gran dignidad y relevancia que confiere esta mirada a los procesos de enseñanza-aprendizaje, pues constituyen el camino principal de nuestra transformación personal. Saber aprender nos ofrece la posibilidad de recurrir a ese potencial inagotable de construcción de nuestra existencia. Aprender se convierte entonces en la capacidad de diseñar permanentemente nuevos ideales y de trazar los caminos que nos permitan alcanzarlos, realizarnos, en un proceso que se repite una y mil veces, que siempre retorna, hasta alcanzar aquella noche que no tiene amanecer, de la que nos hablaba Proust.
Aceptando, en primer lugar, el desafío de su propia transformación. Esto no es trivial, muchas veces observamos que el profesor, artífice de la transformación de sus estudiantes, presenta serias resistencias a los procesos conducentes a su propia transformación. Pero, ¿cuál transformación? Nos referimos a aquellos cambios que le permiten al educador convertirse en maestro.
Pensemos en esos profesores excepcionales que todos hemos tenido. Aquellos que nos marcaron, que fueron capaces de producir aprendizajes muy significativos en nuestras vidas. Fueron muy pocos, pero dejaron en nosotros una marca indeleble, constituyéndonos en quienes hoy somos. ¿Cuáles fueron sus méritos? ¿Qué los diferenciaba de los demás? ¿Fueron los que conocían mejor su materia? ¿Los que tenían mayores conocimientos? ¿Los que habían leído más libros? ¿Los que habían aprobado más programas de capacitación docente? No necesariamente. Eran los que lograban cautivarnos con sus clases, los que establecían con nosotros un vínculo especial, con sus palabras lograban expandir nuestros horizontes de posibilidades, nos conmovían con sus enseñanzas, transportándonos a mundos hasta entonces desconocidos. Pero, ¿en que residían sus capacidades? ¿Cómo lograban hacer aquello?
Carisma pedagógico, dirán algunos. Pero esta respuesta no identifica las causas del fenómeno, sino que tan sólo le pone un nombre al resultado. ¿Cuáles eran las acciones y las competencias específicas capaces de generarlo? Nosotros damos una respuesta a esta pregunta y sostenemos que se trataba de sus competencias conversacionales. Esto es de la mayor importancia. El resultado de aprendizaje que el profesor está obligado a producir no es sólo función de sus conocimientos disciplinarios y de sus competencias técnico-funcionales, ambos aspectos sujetos a una acelerada obsolescencia, sino de lo que llamamos sus competencias conversacionales.
De la capacidad de escucha del profesor, en relación a las inquietudes de sus alumnos, y de su capacidad de generar escucha en ellos. De la capacidad de fundar sus juicios, a partir de los cuales él confiere sentido a lo que pasa, retroalimenta y define sus cursos de acción, y la capacidad recíproca de generar esa misma competencia en sus estudiantes. De su capacidad de diseñar conversaciones para alcanzar los objetivos que se propone y disolver los obstáculos que encuentra en el camino, a la vez que logra equipar a sus alumnos de esas mismas competencias. De su habilidad para crear espacios emocionales expansivos logrando cautivar con su palabra. Los ejemplos pueden extenderse largamente.
Reconozcamos que se trata de una distinción nueva, que sólo tiene unas cuantas décadas de existencia. Antes, no era posible hablar de ellas. Esta distinción resulta de los desarrollos generados a partir del reconocimiento, efectuado por la filosofía del lenguaje, de que el lenguaje es acción. Se trata de competencias genéricas, ligadas a la propia condición humana. Donde quiera que haya seres humanos, independientemente de las condiciones históricas particulares, estas competencias serán importantes. Ello implica que ellas resisten los efectos de la obsolescencia, efectos a los que no pueden sustraerse los conocimientos y competencias técnico-funcionales. Por otro lado, se trata de competencias transversales, que impactan no sólo nuestra área de desempeño profesional, sino todos los dominios de nuestra existencia.
El camino para que un profesor pueda transformar el aprendizaje en la sala de clases, más allá de sus conocimientos y sus habilidades técnico-funcionales, es el camino de las competencias conversacionales. Ya no es posible formar profesores sin preocuparse de desarrollar en ellos este tipo de competencias. El Magíster en Pedagogía Conversacional, que en 2015 estaremos iniciando en la Universidad Mayor, apunta precisamente en esta dirección.
Comprender al ser humano es condición necesaria no sólo para aprender a transformarlo, sino, por sobre todo, para despertarlo al reconocimiento de su inagotable potencial de transformación. Nuestra concepción tradicional de lo humano, habiendo sido en su momento muy importante en el desarrollo de la Humanidad, hoy se ha convertido en un obstáculo para conducirnos por la senda de una vida plena de sentido. Los seres humanos somos capaces de mucho más de lo que previamente creíamos. La concepción tradicional de los seres humanos, hoy es fuente de una profunda resignación tanto frente a la vida como frente a nosotros mismos, nos ha llevado a la crisis: es imprescindible sacudirnos de ella y avanzar hacia una concepción radicalmente diferente. Ese es el camino que propone la Ontología del Lenguaje.
La manera como los clásicos respondían a la pregunta ontológica se articulaba acudiendo a la noción del Ser propuesta originalmente por Parménides, el cual era concebido como inmutable. La Ontología del Lenguaje, hija de la Modernidad, cuestiona tal supuesto. Sin desconocer que los seres humanos somos siempre de una determinada manera y, por lo tanto, sin abandonar el término “ser”, reconoce que éste está sujeto a procesos de permanente transformación. Ello nos permite reconocer en los seres humanos un potencial de transformación inagotable. Más allá de nuestras limitaciones biológicas –sobre las que, por lo demás, también podemos muchas veces intervenir– no existe un “ser originario” que limite nuestra capacidad de ser lo que queremos ser.
Esta crisis de la manera de entender el fenómeno humano es también la crisis del paradigma educativo tradicional. Y éste no es un fenómeno sólo de Chile, se trata de un fenómeno mundial: la crisis está en Estados Unidos y en Europa, está en todas partes. Ello implica que debemos no sólo buscar nuevas respuestas, sino que debemos también abrirnos a nuevas preguntas. Los perfiles de los antiguos agentes de enseñanza requieren ser re-evaluados y re-diseñados. En otras palabras, el educador requiere ser re-educado. Paradojal y desgraciadamente, a los docentes les cuesta soltar su rol tradicional. Esta resistencia nos habla de temor, sin duda muy legítimo, parte de nuestra tarea es ser capaces de identificar y disolver tales temores.
Una comprensión diferente del ser humano abre también una comprensión diferente de la enseñanza y el aprendizaje. Se requiere también de la incorporación de esta nueva mirada en los propios agentes impulsadores de las políticas educacionales, quienes definen las posibilidades de realizar el cambio.
Mi impresión es que no se ha comprendido cabalmente lo que la crisis del sistema educativo encierra. Esta crisis no es sino el reflejo del agotamiento de una determinada visión sobro cómo somos los seres humanos.
Un primer desafío del sistema es entender lo que está realmente en juego, sino nos será muy difícil salir del aprieto, pues no podremos identificar los mecanismos que efectivamente lo resuelven. El desafío es escuchar qué hay detrás del malestar y diseñar un camino desde esa escucha. Las transformaciones que se realicen sin cuestionar nuestra concepción tradicional sobre el fenómeno humano, en el mejor de los casos, producirán satisfacciones pasajeras para luego volver a caer en crisis cada vez más profundas. Éste es, por lo demás, el desafío que nosotros hemos asumido.
Un segundo desafío refiere a cambiar el tipo de educador que el sistema está produciendo, al tipo particular de enseñanza que el sistema hoy tiene como resultado. Recordemos: la práctica docente es una práctica conversacional. El resultado que de ella se espera es el aprendizaje de los alumnos. Esto es muy importante: profesor se constituye en cuanto tal en función del aprendizaje que genera en sus alumnos. Lo que constituye al profesor no es su título, ni los años de desempeño que posea, ni los programas de capacitación que haya cursado. Sólo el resultado de aprendizaje constituye al profesor. De allí la importancia de evaluar permanentemente su desempeño. El sistema debe constituirse a sí mismo desde el convencimiento de que el aprendizaje valida la enseñanza, desde un aprendizaje que nos habilite para construir vidas, sociedad, con mejores modalidades de convivencia, ricas en sentido para una existencia plena.
La creatividad es tributaria del desarrollo de las competencias conversacionales. Si entendemos que el ser humano organiza sus conversaciones en tres sentidos: consigo mismo, con otros y con el misterio de la vida; se abre todo un espacio valioso para la gestión de la creatividad. Si los directivos y los docentes diseñan experiencias teniendo en cuenta esa tridimensionalidad, se instala la creatividad como la competencia que permite tener nuevas conversaciones con uno, con los demás y con lo incierto.
En relación al trabajo en equipo, central en el sistema educativo, la creatividad es función de conversaciones de alta conectividad. Ello significa conversaciones que se caracterizan por una alta capacidad de escucha mutua, lo que conduce a transformar tanto la mirada como las acciones de quienes participan en ellas. Eso es lo que produce creatividad. Se trata de un tema, por lo demás en el que el pensador sistémico más destacado en temas de creatividad, Steven Johnson, nos viene reiterando una y otra vez durante los últimos años. En su libro, Where Good Ideas Come From, Johnson nos argumenta que las grandes revoluciones, industrial, científica y cultural, que tuvieron lugar desde la segunda mitad del siglo XVIII, fueron gatilladas por la decadencia del bar y la taberna y la emergencia de los salones de café. Mientras los primeros dificultaban las interacciones conversacionales, los segundos las estimulaban. En su último libro, How We Got to Now, Johnson nos señala que las principales innovaciones que hoy tienen lugar en el mundo surgen cuando campos de conocimientos muy distantes entran en conversación.
El secreto de la creatividad apunta a tres factores: conversaciones, conversaciones y conversaciones.
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