19 abril 2020 / por Orliana
Somos gente de empresa. Empresarios, empresarias. Identidad que no siempre es bien recibida, a veces envidiada, a veces sobre estimada. Nuestro trabajo es sostener una actividad empresarial. Generar riqueza, prosperidad. Servir a un público. Desde la empresa, preservamos el flujo económico necesario para la vida humana. No solo generamos empleo, que ya es importante, sino que abrimos caminos para la acción transformadora de las personas y sus colectivos.
Frente al cambio dramático del que estamos siendo testigos y protagonistas producido por el virus que recorre el mundo, los y las empresarios tenemos un rol determinante. Sobre todo, frente a la consecuente crisis mundial por la baja de los mercados, la quiebra de muchas grandes empresas, y la pérdida de millones de puestos de trabajo. Es ahora cuando necesitamos ejercer un liderazgo que nadie más está en condiciones de ejercer.
Favorece que nosotros, la gente de empresa, hemos aprendido a tener varios puntos de atención simultáneamente. Hacer foco en los resultados, porque son ellos los que nos permiten mantenernos en el mercado. Y al mismo tiempo, levantar la mirada para generar un camino a mediano y largo plazo que muestre a la humanidad que hay una luz al final del túnel.
Desde la sobrevivencia, hemos logrado combinar el micro management con la generación de nuevas oportunidades, salvando del temporal todo lo que se pueda salvar. También, por experiencia, hemos aprendido la flexibilidad interpretativa, capacidad que nos permite soltar “cuentos” que no son poderosos, y aún más, perjudiciales para el tipo de acción que es necesario desplegar.
Tal vez ya el lector esté pensando “es una visión demasiado optimista”, sin embargo, hablo desde en mi larga experiencia como coach ontológica de directivos en grandes empresas hispanoamericanas, además de mi propia práctica como directiva de la red internacional de Newfield Consulting. Al escucharlos y al escucharme yo misma, he descubierto la fuerza que surge frente a las adversidades. Fuerza que no nos deja dormir buscando soluciones, generando nuevas alternativas, creando y recreando el sentido de los acontecimientos.
Esa capacidad, que nos la entrega la responsabilidad frente a miles de personas que dependen de nuestro esfuerzo, nos obliga a disolver rigideces, con una velocidad que nadie más puede desplegar en la red social. Ni las universidades, ni los partidos políticos, ni las organizaciones religiosas o de ayuda humanitaria, tienen la fuerza de la que hablo. La urgencia de los cambios que nos impone esta situación global requiere de ese impulso.
Por ello creo que las soluciones vendrán desde el sector empresarial. Hoy somos el motor de la historia. Conformamos la red mundial de la que saldrá la energía para la transformación que el mundo requiere. Ahora, es necesario que asumamos ese nivel de liderazgo. Que tomemos consciencia de nuestro rol, y del nivel de incidencia que podemos y que estamos llamados a ejercer.
En lo inmediato, ya lo estamos haciendo, creando nuevas formas de trabajo. Lanzados de cabeza a la piscina del “teletrabajo” estamos creando nuevas formas de conectividad en la distancia. Ello nos permite encontrarnos desprovistos de las formalidades de la oficina, nos vemos más humanos, rodeados del mundo doméstico con sus niños, con sus animales, con sus enseres.
Esta sorpresiva humanización que nos ofrece la virtualidad abre la posibilidad de la aceptación mutua. Genera la base de respeto de nuestra diversidad humana y por fin vemos materializada, aunque sea por instantes, la ansiada inclusión. ¡Somos personas! Enfrentando juntos y juntas los nuevos desafíos mundiales.
Ser líderes es ser capaces de gestionar las emociones, que al final, guían nuestro comportamiento. Liderar es generar aquellas emocionalidades que son necesarias para lograr resultados. Y si queremos generar alternativas para el futuro, es imperativo recuperar la confianza. Sé que suena casi ridículo decir esto, en medio de las medidas más drásticas para frenar el contagio del virus. Pero, veo indispensable que nos ubiquemos en el eje del miedo a la confianza. Hoy estamos en el más profundo miedo. Importante reconocerlo, hablarlo, expresarlo. Y es nuestro deber, crear condiciones para cuando este miedo ceda, ir cimentando la confianza. Progresivamente. Y, en las conversaciones tenemos las más poderosas armas de intervención que un líder puede aplicar.
Por eso escribo este texto. Para que el que me lea o me escuche, no suelte el contacto con la vida y se disponga a conversar para transformar. Conversar con todos los que trabajan y viven con nosotros, conversar para escuchar, y para generar emociones que nos saquen del miedo colectivo, y nos conduzcan a imaginar un futuro.
Hoy nuestro barco reposa en medio del océano, sin un solo soplido de viento. La falta de horizontes es el dolor más profundo. La nada. Pero el viento fuerte soplará otra vez y será bueno que nos encuentre con las velas desplegadas para aprovechar al máximo su energía de cambio. Hablo para que nos encuentre listos, con metas claras, y con aprendizajes logrados para hacer florecer la humanidad de una forma diferente y mejor.