21 agosto 2018 / por Orliana
«El ser humano no es un ser acabado sino un ser en un proceso de construcción permanente. No sólo somos afirmación, sino también promesa», sostiene Rafael Echevarría, uno de los pioneros del coaching ontológico.
Sus definiciones – como podrá constatarse en esta nota –no son frases huecas que suenan bonito. Los pensamientos que comparte están basados en un cruce fascinante de grandes pensadores, ciencias sociales y estudios empíricos de donde surge la propuesta de «ontología del lenguaje» que Echeverría desarrolla desde Newfield Consulting.
En la ciudad de Córdoba, y en el marco del «Tercer Congreso de Inteligencia Emocional, Liderazgo Coach y Mindfulness» organizados por la Universidad Siglo 21, Rafael Echeverría compartió un mano a mano exclusivo con Infobae. Aquí la segunda parte de la entrevista:
Esta es una pregunta muy linda y tiene que ver con algo que es central en la propuesta nuestra. Nosotros lo decimos de una forma que suena complejo de entender en un primer momento. Hablamos de «sustratos metafísicos que residen en nuestro sentido común». ¿Qué significa esto? Es la presunción de que disponemos de un ser que es inmutable. Que «así somos». Que las acciones que tomamos resultan de ese ser. Y que hay ciertos resultados que no se nos dan porque estamos topándonos con los límites de nuestra forma de ser, y que no podemos cambiar.
Esa es la premisa central que el coaching ontológico desafía y pone en cuestión. Tenemos una capacidad de aprendizaje que es infinita,siempre acotada por la biología, pero dentro de ese umbral, los cambios son siempre infinitos. Las posibilidades de transformación son inmensas.
Esta es una cosa muy importante que se está diciendo con mucha fuerza en muchas partes. Hace pocos meses atrás John Kerry, el secretario de Estado de los Estados Unidos, decía algo que para nosotros es central y que decimos hace mucho tiempo: el problema más serio que estamos enfrentado como humanidad no son los cambios ni la obsolescencia que ellos producen, es nuestra capacidad de responder a ellos. El problema no está afuera, el problema no está en los cambios que estamos enfrentando, está en el hecho que no estamos pudiendo responder adecuada y eficazmente a los desafíos que ese entorno nos plantea. Entorno que no vamos a poder cambiar porque a esos cambios no los para nadie. La única alternativa es aprender a responder adecuadamente.
Lo que nos impide responder adecuadamente es que estamos todavía cautivos. Es una presunción metafísica, de que disponemos de un ser inmutable que nos lleva a la resignación, que nos lleva a la impotencia, y cuando nos mantenemos allí, por un cierto tiempo, nos lleva a la depresión, que es la patología fundamental de nuestro tiempo. De eso debemos hacernos cargo. Pero una depresión que no es necesariamente una patología individual, es un problema que reside en un sentido común de que no hemos adecuado a los requerimientos, al tipo de exigencia que esta época nos está planteando.
Sin dudas son seres especiales. Hay toda una línea desarrollada por una destacada psicóloga de Stanford, Carol Dweck, que tiene una propuesta que se llama mindset donde ella demuestra que la gente que ha tenido éxitos destacados en distintas áreas – deportes, empresa, política, etc – son personas que enfrentan los desafíos justamente a partir de reconocer que tenemos una forma de ser que puede crecer, que puede ser transformada.
Por lo general, la gente común opera bajo la presunción de que tenemos una forma de ser fija que no podemos tocar, esa gente tiene un límite que lo encuentra muy rápido. Pero ese límite está, en realidad, en la preconcepción a partir de la cual operan.
Ahora, hay algo más en lo que tú señalas que es muy importante recuperar. Creo que hay un ingrediente en aquellos que logran lugares destacados y éxitos importantes: es gente que se molesta en abordar por proyectos gigantes, pero al tiempo que se mantienen siempre conectados con las dimensiones que ellos mismos conllevan y de las que son portadores. Eso es muy importante porque es lo que nos evita los peligros del narcisismo.
Operar siempre con proyectos que nos abran horizontes muy grandes, sin soltar nunca el reconocimiento de lo profundamente miserables que somos. Hay un filósofo que para mí es muy importante, que es también un filósofo inspirador del presidente de Francia, Macron, que es Pascal (primera mitad del siglo XVII). Pascal dice algo que me parece central en torno a esto: «La grandeza del ser humano consiste en saberse miserable». Un árbol no se sabe miserable. Y esto es muy importante porque implica que las perspectivas de grandeza y de logros que podemos desplegar se acrecientan en la medida en que no perdamos nunca de vista nuestras precariedades.
Tenemos un alma sujeta a múltiples posibilidades de corrupción de las que tenemos que estar advertidos. Parte de los problemas que algunos sectores de la Iglesia Católica está enfrentado justamente es que se han negado a reconocer las dimensiones más pecaminosas del alma de cualquier ser humano. Y que en esta conexión hay un secreto que yo creo que es fundamental, nunca soltar la rienda de la grandeza sin que esté conectada con la rienda de la miseria de la que todos somos siempre portadores.
El miedo es para nosotros una de las atribuciones más importantes que define la vida de los seres humanos. Durante siglos éramos tan precarios. Hay un filósofo muy importante que dice el ser humano es un animal fracasado. Como no nos daba para animales, tuvimos que buscar compensaciones. Y es interesante porque apunta a la vulnerabilidad que tenemos. Durante siglos, vivimos conectados directamente con el miedo porque sabíamos que los depredadores, que otras tribus, que el clima, etc, podían destruirnos en cualquier momento. Éramos muy frágiles y por lo tanto teníamos una conexión con el miedo. Esa es otra cosa que Pascal desarrolla fantásticamente en su filosofía.
Ese contacto con el miedo no se desvanece nunca. El miedo está presente en nuestras rabias, en nuestras arrogancias, en nuestras timideces, en nuestras indiferencias. Detrás de todas ellas, el miedo tiene un lugar. Es muy interesante.
Lo que nosotros hacemos se inspira muy fuertemente en la filosofía, en la lectura que hacemos de Nietzsche, un filósofo escasamente comprendido. Él lo sabía y lo advierte: «Yo soy un filósofo que me van a entender mucho tiempo después que muera», dijo. Y yo creo que lo estamos entendiendo ahora. Nietzsche fue el primero que dijo que tenemos que reconocer que erramos el camino, que seguimos un camino que nos ha embotellado, que nos ha llevado a un callejón sin salida. Y esa es la metafísica.
La metafísica adquiere una importancia muy grande con Sócrates. Cuando Nietzsche mira que Sócrates toma ese camino, le hace una pregunta que es central el coaching: «Sócrates por qué, por qué te fuiste por ese lado (el de la metafísica) ¿cuál era tu miedo?» Y cuando él vuelve a las enseñanzas de Sócrates con la pregunta de cuál era su miedo… descubre que Sócrates tenía dos grandes miedos. ¡Inmensos miedos! Uno, a la muerte. Su filosofía, a tal punto lo logra sanar, que él mismo contribuye a producir su propia muerte tomando la cicuta, cuando es juzgado por los atenienses. Pero el segundo miedo de Sócrates era a los impulsos de su cuerpo, del sexo. Su relación con Alcibíades, el discípulo bello y predilecto de Sócrates, lo desquiciaba. Y desconfiaba mucho de los impulsos del cuerpo.
Es muy interesante ver que la metafísica que entonces comienza a desarrollarse – más a fondo por Platón y luego, en otra variante, por Aristóteles – luego convergen en el pensamiento teológico cristiano, y ahí surge el rigor del miedo. El papel que ha jugado el miedo en la historia de la humanidad, – y dado que no tenemos el contacto que tuvimos durante siglos con él – es fundamental porque gran parte de lo que hacemos está determinado por el miedo que todavía tenemos.
El lenguaje es algo fundamental. Hoy en día sabemos que los biólogos evolutivos, cuando se preguntan cuál es el rasgo distintivo de los humanos frente a otros animales, reconocen casi unánimemente su capacidad de lenguaje. Lo vemos en los planteamientos de Ernst Myers, el biólogo evolutivo más importante del siglo XX, profesor de la Universidad de Harvard. Lo vemos en las propuestas que está haciendo Mark Pagel en la Universidad de Reading
El lenguaje como un elemento central que construye el tipo de ser que somos. Tiene roles fundamentales porque nos conduce a construir sentido. Esto no es trivial. Los seres humanos, a diferencia de otros seres vivos, no nos basta con reproducir las condiciones biológicas que sustentan la vida. Nosotros requerimos ser capaces de generar un juicio, sin el cual la vida se nos va de las manos. Con el juicio mi vida tiene sentido. Y son muchos los desafíos que hoy en día estamos enfrentando que ponen en cuestión nuestra capacidad de generar esos juicios. De allí la expansión de la resignación y de la depresión; dos síntomas fundamentales de nuestra época.
Hay un filósofo que es central en nuestra propuesta que es Martin Heidegger. Él dice que el ser humano «es un ser muy especial». Lo dice en una jerga filosófica furiosa: «El ser humano es un ser muy especial porque es un ser que, en su ser, se le va el ser». ¿Qué quiere decir esto? Que es un ser que si no se hace cargo del ser que le corresponde ser, lo pierde. Pierde la obligación de hacerse cargo del ser que se encuentra siendo. Y hacerse cargo es parte central del desafío que enfrentamos. Si no nos hacemos cargo, la vida se nos va. Un perro no tiene que hacer eso. Y si lo hace lo hace instintivamente, no con consciencia de que tiene esa responsabilidad.
Hacerse cargo es justamente darse cuenta de que nuestra sobrevivencia exige una red de soporte emocional, de amores que tenemos que construir y rediseñar y reconstruir. Son ámbitos sin los cuales la vida pierde sentido. Por eso debemos estar, permanentemente, en lo que nosotros llamamos el cultivo recurrente del alma humana.
Segunda cosa, el lenguaje como sustento de todas nuestras relaciones. Todas nuestras relaciones se apoyan en la calidad de las conversaciones que tenemos. Si tu conversación con tu pareja es mala la relación va a ser mala. Si tu conversación con tus hijos es deficiente, tu relación con tus hijos es deficiente. Relación y conversación casi coinciden. Hay otros elementos, pero se tocan mucho.
Las relaciones son demasiado importantes para los seres humanos. Un ser que rompe con su entorno, que no tiene relaciones que lo alimenten emocionalmente, que no se siente importante para otros y que no sabe que otros son importantes para sí, se le escurre el sentido de la vida y deja de hacerse cargo de ese ser que le corresponde ser.
Por último el lenguaje, y este es uno de los descubrimientos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, el lenguaje es acción. A partir del lenguaje yo hago que ciertas cosas pasen. A partir del lenguaje yo logro alinear voluntades, esfuerzos, para lograr objetivos. El lenguaje no es, como creíamos antes, un instrumento descriptivo que da cuenta de las cosas que ya existen; sino que el lenguaje nos permite que ciertas cosas que no pasaban lleguen a pasar, porque yo las pedí, porque dije algo, porque dije que sí, porque dije que no, porque dije «te contrato» o «te despido», porque dije te apruebo o te desapruebo, porque dije te condeno o te absuelvo.
Si el sentido es relación y acción, nos damos cuenta cuán determinante es el lenguaje en la existencia de todo ser humano.